Se miraban frente a frente, pero estaban lejos. Perdían el equilibrio poco a poco, eso no era bueno porque trataban de mantener sus pies sobre la misma cuerda. La misma fina cuerda que ya estaba remendada unas cuantas veces.
El lugar era un café, el mismo que nunca existió en sus recuerdos. Había fotos por todas partes, por toda la pared y de todos los colores. Algunas eran muy tristes, tanto que cuando alguien pasaba por allí y se acercaba a mirarlas, se le aparecían en la cara todas las lágrimas guardabas por quién sabe cuántos años. Otras eran felices, tanto que cuando alguien pasaba por allí y se acercaba a mirarlas sólo pasaban dos cosas: se iban furiosos de la envidia o se quedaban a observarlas hasta que el mesero anunciaba el cierre del lugar.
El lugar afuera del café sólo tenía un árbol, uno muy peculiar. Este árbol era grande, pero no era especial, sólo por el hecho de que la mitad de su cuerpo se alzaba hacia el cielo mientras que la otra mitad miraba hacia el suelo. Era de las pocas cosas parecidas a ellos en el mundo.
Dentro del lugar, ellos seguían templando la cuerda, uno por un lado y otro por el otro lado. Pero olvidaron el contacto visual por un segundo, un segundo que se sintió como el resto de sus vidas. En ese pequeño momento la cuerda se rompió, justo cuando él fijó su mirada en unas tijeras, y ella en una cinta aislante. Ambos pensando en lo mismo, pero en direcciones diferentes.
Al parecer aquella cuerda era la base de todo aquel café, pues cuando se rompió, todas las mesas, las sillas, las fotos de las paredes, los floreros e incluso las personas que se encontraban allí, salieron volando por los aires en mil pedazos. Todo se convirtió en un caos que nadie, incluso hasta ahora, ha logrado entender. Hasta sus corazones volaron en pedazos, pero ellos se veían intactos.
Habían tantos fragmentos de tantas cosas, que ellos apenas distinguían lo que les podía hacer daño o no, y así fue como esa ráfaga de destrucción los dejó ciegos. Ahora sólo podían llorar y tratar de buscarse, presas del pánico a la oscuridad y a la altura desde la que habían acabado de caer.
Se llamaban pero apenas se escuchaban, se seguían buscando pero sólo encontraban sus recuerdos de cuando tenían visión. Mientras se movían seguían rompiendo cada taza de café que se cruzaba en su camino, y por accidente encontraban las manos del mesero, la cajera y quién sabe qué otras personas que sí habían sobrevivido.
Una figura lo observaba todo desde el segundo piso del lugar, con nerviosismo, risa y pesar al mismo tiempo. Los había observado desde que entraron por la puerta, que casi les queda pequeña. Sabía que, tarde o temprano, esto iba a suceder. Tal vez todos lo sabían, tal vez otros lo había olvidado. Pero había una cosa que solamente él sabía, y se mordía la lengua para no gritarla y que esos dos se enteraran. La verdad era que sólo había una manera de resolver ese desastre, y era encontrar el camino hasta ese árbol que a cualquier otro podría parecerle insignificante; pero no podía ayudarlos a llegar hasta él... quién sabe cuánto tiempo les tomaría a estos ciegos y heridos encontrar el árbol que los vio por primera vez, quién sabe si se perderían en el camino, quién sabe si lo reconocerían...quién sabe si podrían llegar.
"Recuerda que sufres porque eres humana..." me dijo un gran amigo. Nunca se me habría ocurrido que esas serían las palabras más reconfortantes en estos momentos. Es cierto, es ahora, en este agujero, que entiendo lo que implica no sólo ser humana sino también querer ser una artista.
Lo único que me levanta estos días es la idea de hacer arte con lo que siento, de otra manera, quedaré vuelta cenizas; a pesar de que hay veces que me duele el estómago, que me falta el aire y no puedo caminar.
Lo único que me levanta estos días es la idea de hacer arte con lo que siento, de otra manera, quedaré vuelta cenizas; a pesar de que hay veces que me duele el estómago, que me falta el aire y no puedo caminar.
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"Vivimos en un laberinto, donde buscamos encontrarnos a nosotros mismos perdiéndonos constantemente"
Sofia
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